La precariedad de la educación y el factor “soft”

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Semana Económica, 12-07-17. MARÍA ISABEL LEÓN, EDUCADORA Y MIEMBRO DEL COMITÉ CADE EDUCACIÓN 2017.

Dentro del proyecto de “Reforma Nacional” impulsado por la Coalición Civilista del siglo XIX, se desatacó el impulso a la educación como herramienta redentora del atraso económico, social y moral de gran parte de la población del Perú. Ante ello, el historiador Carlos Contreras dijo: “El Censo nacional de 1902 permitió conocer que únicamente el 29% de los niños de 6 a 14 años recibía instrucción primaria y que solo el 23% sabía leer y escribir”.   Es decir, únicamente el 6% de los alumnos atendidos en 1902 no alcanzaba los resultados de lectura y escritura previstos para su nivel educativo.

Esta cifra, 115 años después, ha variado sustancialmente, encontrándonos hoy frente a una cobertura nacional casi universal para la educación primaria y de aproximadamente 85% para la secundaria, pero con resultados desalentadores, pues a diferencia de lo que sucedía en 1902, si bien nuestros alumnos saben leer y escribir, no entienden lo que leen en porcentajes que alcanzan el 53,6% en primaria y 85,7% en secundaria, situación que a todas luces resulta grave. Y ni qué decir de lo que sucede en el sector rural, donde casi el 98% de niños y jóvenes de la educación básica por igual, no razonan matemáticamente ni entienden lo que leen.   Es decir, 115 años después, la brecha entre los niños atendidos por el sistema educativo peruano se ha ido cerrando, pero aquellos que no alcanzaron porcentajes satisfactorios o previstos para su rendimiento escolar se mantienen, lo cual es una barbaridad que nos obliga a recapacitar.

El Peru del siglo XXI es un país con problemas complejos para los que se necesitan soluciones flexibles. Habiendo sobrepasado los 31 millones de habitantes, y con una PEA de más de 16 millones de hombres y mujeres que a duras penas concluyeron la educación secundaria con las características crudas señaladas en el párrafo anterior, nos toca pensar y repensar el “Cómo” y el “Qué” podemos hacer para que nuestros jóvenes, promesas de un futuro mejor y  que hoy enrolan las filas de la secundaria, puedan tener una educación que los libre de la precariedad de nuestra informalidad y de nuestra limitada capacidad de forjar.

El Estado se ha enfocado por años en resolver el “problema” de la educación de manera tradicional: Reparando infraestructura, capacitando a docentes, editando materiales, etc.   Se ha empeñado en definir y atender el proceso del “Aprendizaje” a través de la revisión casi dictatorial del contenido curricular y no enfocándose u olvidando en todo caso el proceso de la “Enseñanza” en sí mismo, aquel a través del cual cada maestro y maestra pueda adaptar y determinar las herramientas disponibles a las habilidades y a las destrezas que los alumnos deben lograr en cada asignatura o sub-sector de aprendizaje, a lo largo de su trayectoria escolar.

Por ello, creo que además de cumplir con los objetivos nacionales incorporados en el nuevo Currículo Nacional, la educación de nuestros jóvenes  debe forjar a las nuevas generaciones para que alcancen un nivel de desarrollo personal  tal, que les permita utilizar plenamente sus capacidades y talentos de manera integral:  Jóvenes convencidos de sus capacidades, conocedores de las herramientas que les abrirán las puertas al futuro, ejercitando el pensamiento crítico, reflexivo, las habilidades de relacionarse interpersonalmente con los demás, la empatía, es decir, todos esos factores “SOFT” que les permitirán afrontar cualquier proyecto de vida con mucha más seguridad; la capacidad de buscar y ubicar información y de apropiarse de ella frente a tanto conocimiento circulante; Una educación intuitiva y sensitiva  que ofrezca todas estas herramientas, que prepare a nuestros jóvenes para la vida futura, para el trabajo, para su realización personal y para alcanzar la felicidad.

Tenemos que lograr que la escuela, el currículo y el maestro se adapten individualmente al alumno y no el alumno al precario sistema tradicional.