Buenas tardes, señores y señoras asistentes al CADE Ejecutivo 2021. He tenido el privilegio de asistir a las conferencias CADE desde hace muchos años. Recuerdo los primeros eventos, cuando era presidente don Carlos Mariotti y gerente don Adalberto Bedón, y mis participaciones en los CADEs de Paracas, Arequipa, Iquitos, entre muchos otros. Recuerdo también las épocas en que este evento era el único punto de encuentro entre el gobierno militar de los años setenta y los empresarios y ejecutivos del sector privado; si algo hemos aprendido desde entonces es que el diálogo abierto, continuo y productivo es la única manera de concertar y coordinar acciones para avanzar hacia el bien común.
El turbulento contexto que atraviesa el mundo desde hace unos decenios, y especialmente desde fines del 2019 debido a la pandemia del coronavirus, nos demuestra que estamos viviendo un cambio de época, un tiempo de redefiniciones, una transición en la historia de la humanidad que no habíamos visto desde hace cinco siglos. Lo que en algunos trabajos he denominado “El ocaso de la era de Bacon”, refiriéndome al filósofo y estadista británico que articuló un programa para emplear el conocimiento científico para mejorar la condición humana, y para dominar la naturaleza mediante el entendimiento, está llegando a su fin. No porque haya fracasado, sino porque precisamente su éxito descomunal terminó por socavar sus propios cimientos. Hemos visto como el intento de “dominar” a la naturaleza sin respetar las restricciones que nos imponen los ecosistemas que sustentan la vida humana, ha llevado al cambio climático, a la destrucción de hábitats, a la extinción de millares de especies, a un cambio radical en nuestra relación con la naturaleza. Hemos visto también que los productos del ingenio humano, de la creatividad científica, son un arma de doble filo, que pueden ser usados para el bien y para el mal, y que su impacto depende de los valores y principios que guíen su generación y utilización, sobre todo en un mundo globalizado.
Pero volviendo a nuestra situación actual, los cambios recientes en materia de salud, trabajo, economía y relacionamiento social como resultado de la pandemia se han dado en todo el mundo, al mismo tiempo que empezamos a notar con meridana claridad el impacto que tiene el cambio climático. En nuestro tiempo estamos viendo los efectos de dos catástrofes simultáneas: una catástrofe acelerada, la pandemia del COVID 19 que ha alterado en meses nuestros patrones de vida, y la catástrofe en cámara no tan lenta, el cambio climático, que está alterando radicalmente los ecosistemas que han permitido el florecimiento de nuestra especie, los seres humanos. Pese a múltiples intentos de responder a los desafíos de estas catástrofes, parafraseando a Vallejo podríamos decir que “nunca fue la salud más mortal” y “nunca la economía creó menos riqueza».
Pero no todo son malas noticias. Pese a las históricas caídas en el Producto Bruto Interno, la mayoría de las economías del mundo se recuperará, al menos parcialmente durante 2021, y lo mismo sucederá en América Latina y en el Perú, en donde se avizora un crecimiento que compense en gran medida el 11.6% de caída en nuestra economía durante el año pasado — siempre y cuando tomemos las medidas adecuadas: contención de la pandemia, vacunación universal, evitar conflictos sociales, generar puestos de trabajo y recuperar la confianza económica, entre otras.
Pero sería un grave error pensar y suponer que la situación económica, social y política volverá a ser igual que antes de la pandemia. Están ocurriendo cambios profundos en la manera de producir bienes y prestar servicios, que requieren repensar los arreglos institucionales que han prevalecido, mal que bien, durante decenios —no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo. Las iniciativas por transformar la actividad empresaria mediante la generalización de las “empresas conscientes” con propósito social y no sólo de lucro; los cambios en la naturaleza del trabajo, que obligan a buscar nuevas opciones para organizar las diversas maneras de ganarse la vida que tenemos ahora; y los avances tecnológicos que están creando situaciones paradójicas de extrema concentración empresarial en los sectores de tecnología avanzada y una descomunal fragmentación en muchos sectores productivos y de servicios.
Todo esto requiere repensar nuestras relaciones sociales y humanas, y el diseño y puesta en práctica de nuevas formas de organización productiva, de nuevas instituciones públicas y de un nuevo contrato social que garantice una vida provechosa y digna para todos y todas. Debemos usar este tiempo de crisis y cambios para redefinir la manera en que funciona nuestra sociedad, y las formas en que se relaciona con el entorno biofísico que sustenta nuestras vidas.
En este año del Bicentenario es necesario que el Estado, la empresa privada, la sociedad civil, las instituciones del conocimiento, y cada una de las peruanas y peruanos dentro y fuera de nuestras fronteras, trabajemos de manera responsable y comprometida para asegurar la igualdad de oportunidades en el acceso a la salud, educación, trabajo y en general en promover condiciones para una vida digna. Como dice el título de esta conferencia, el año del Bicentenario reclama una respuesta histórica, “Un Nuevo Comienzo” para el país, un tercer siglo de vida independiente capaz de responder creativamente a los desafíos de un mundo en cambio acelerado, y a las largamente postergadas legítimas demandas de la gran mayoría de peruanos y peruanas.
Qué nos enseña la crisis actual, producto de la confluencia de las catástrofes de la pandemia y del cambio climático? ¿Qué lecciones podemos extraer para guiar nuestra acción en el futuro?
En primer lugar, nos enseña que es momento de hacer una pausa, apreciar lo que hemos aprendido, para luego anticipar lo que se nos viene y adelantarnos con respuestas creativas y prácticas. Esto implica, como condición previa, mirarnos a nosotros mismo, conocer lo que realmente hemos sido y somos como país. Luego, es necesario reconocer nuestra vulnerabilidad como individuos, grupo humano, como sociedad, y aceptar que sólo mediante la solidaridad, el trabajo conjunto y la acción colectiva será posible crear las condiciones para que cada uno de nosotros pueda ejercer su libertad individual e imaginar, diseñar, escoger y realizar libremente su propio proyecto de vida.
En segundo lugar, es imprescindible evitar el autoengaño que ha sido, en muchos casos, parte de nuestro carácter nacional. Como dijo el insigne historiador, el Perú ha sido “el país de las oportunidades perdidas.” Descartemos esa afirmación, y pasemos a ser “el país de las crisis aprovechadas,” no desperdiciemos la oportunidad de aprender de nuestro infortunio, de la crítica situación que nos han revelado con toda claridad las tragedias derivadas de la pandemia del COVID 19 que azotó nuestro país, y nos hizo reconocer las desigualdades, las carencias y los problemas que hemos arrastrado por decenios y hasta siglos sin darles solución, ni prestarles la atención debida.
¿Qué implica este proceso de aprendizaje colectivo que deben emprender la generación actual y las generaciones futuras de líderes en todos los ámbitos de la vida y la actividad en nuestro país? Un nuevo comienzo será posible sólo si aprovechamos las lecciones de nuestra experiencia, y también de la experiencia de otros.
Empecemos por darnos cuenta del enorme potencial que tiene el Perú: tenemos una diversidad extraordinaria de recursos que podemos aprovechar de manera sustentable, sobre todo en el nuevo contexto mundial en el cual esta diversidad nos permitirá insertarnos ventajosamente en la nueva división internacional del trabajo que está gestándose en la actualidad. Si combinamos esta dotación prodigiosa de recursos con el conocimiento científico y tecnológico y con el talento de los peruanos y peruanas, podremos diseñar y realizar un futuro de bienestar y prosperidad para todos. Para esto debemos invertir en la creación y utilización de conocimiento científico, desarrollo tecnológico e innovación en todos los ámbitos de la actividad productiva y de servicios. Estamos muy atrasados en este campo, y ya es hora de tomar consciencia y cambiar la situación. Este es una de las prioridades que tiene el gobierno de transición y emergencia que me honro en presidir, y esperamos dejar al próximo gobierno las condiciones para dar un salto cualitativo en este campo.
Pero, como lo han destacado varias de las intervenciones en este CADE, y en especial el mensaje de la señora Mariana Rodríguez, que me precedió en el uso de la palabra, es necesario promover un comportamiento consciente, ético, solidario y empático, y para esto es necesario adoptar, difundir y practicar valores que guíen nuestra actuación en todo momento. En el año del bicentenario, es hora de recuperar los valores que inspiraron a muchos de los precursores de nuestra independencia, basados en la Ilustración, la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Reforzando lo que dijo el profesor Yamamoto esta mañana, quisiera empezar por destacar la importancia de dos valores y características que le estamos imprimiendo al gobierno de transición y emergencia que me honro en presidir: la confianza y la esperanza. La confianza se logra cuando se actúa de manera transparente y democrática; buscando el bien común y dejando de lado el egoísmo y la búsqueda del beneficio propio; promoviendo el orden, la seguridad y el imperio de la ley; erradicando todo acto de corrupción y diciendo la verdad, aunque sea dura. La esperanza se recupera cuando los líderes generan confianza, actuando honestamente y diciendo las cosas como son, desterrando lo que Gonzáles Prada llamó “el infame pacto de hablar a media voz».
Otro valor que debemos instaurar y practicar es la responsabilidad para asumir compromisos y cumplir nuestras obligaciones, y para enfrentar las consecuencias de nuestros actos. Ser responsables implica preocuparse por el otro, garantizar, respetar y proteger las condiciones que aseguren las condiciones de vida digna para todos, y también preocuparse por el cuidado del medio ambiente.
Reconocer al otro como igual es quizás uno de los valores más fundamentales que debemos adoptar, sobre todo tomando en cuenta nuestra diversidad y nuestras diferencias, rechazando todo acto de discriminación y aceptando que la convivencia pacífica implica aprender a escuchar al otro sin juzgarlo con prejuicios o etiquetas preestablecidas, respetando la divergencia de pensamiento, creencia y opinión, y ejerciendo la tolerancia en toda circunstancia.
Tenemos otros valores que deben guiar nuestra acción, varios de los cuales han sido mencionados por el profesor Yamamoto, y sólo quisiera enfatizar la importancia de vincular el pensamiento con la acción; de emplear nuestra imaginación y creatividad, pero uniéndolas a iniciativas concretas y prácticas, capaces de cambiarnos la vida creando oportunidades para el florecimiento y desarrollo personal de todos y todas.
Quisiera terminar, destacando las diversas maneras de fomentar y transmitir valores. La educación y la comunicación han sido mencionadas anteriormente, por lo que quisiera referirme a la que considero quizás la más importante: el ejemplo. Todos los seres humanos tenemos la tendencia a imitar el comportamiento de nuestros líderes, de quienes admiramos, respetamos o, al menos, aceptamos, porque sus logros, su ubicación jerárquica o sus cualidades, nos parecen dignas de reproducir en nosotros. Por eso el comportamiento de los líderes, en todos los ámbitos de nuestra vida, importa muchísimo. En mi gobierno de transición y emergencia aspiramos a comportarnos de manera digna de apreciar y, ojalá pudiera ser así, también de inspirar a las siguientes generaciones de líderes.
Nuestro futuro, no, más bien el futuro de ustedes, de sus hijos, de sus nietos está en las manos de ustedes mismos, las nuevas generaciones de líderes empresariales, y de muchísimos líderes en otros campos de la vida nacional. Estoy seguro de que estarán a la altura de los desafíos que les presenta nuestro tercer siglo de vida independiente.
Muchas gracias, y hasta una próxima oportunidad.